Relaciones entre sonido e imagen. Los conceptos de valor añadido y síncresis

En La audiovisión, Michel Chion parte de una hipótesis de trabajo muy concreta: ver una película no consiste en percibir las imágenes y los sonidos de manera aislada, como entidades separadas, siguiendo un esquema aditivo de simple suma. Los filmes, por el contrario, se "audiovén", es decir, imagen y sonido ejercen entre sí una influencia mutua, de manera que no vemos lo mismo cuando a la vez oímos, ni oímos las mismas cosas cuando al tiempo somos capaces de ver (Chion, 1993: 11). Walter Murch explica este proceso con mucha claridad:
"El esfuerzo mental de fusionar imagen y sonido en un film produce una 'dimensionalidad' que la mente proyecta de regreso a la imagen como si hubiera venido de la imagen en primer lugar. El resultado es que realmente vemos algo en la pantalla que existe sólo en nuestra mente y es, en sus más finos detalles, único a cada miembro de la audiencia. No vemos y oímos un film, lo oímos/vemos". (Murch, 2000: ¶43)

Para Chion, la relación o "contrato" audiovisual entre la banda de imagen y la de sonido se construye a partir de un fenómeno fundamental, que él llama "valor añadido", y que define de la siguiente forma:
"Por valor añadido designamos el valor expresivo e informativo con el que un sonido enriquece una imagen dada, hasta hacer creer, en la impresión inmediata que de ella se tiene o el recuerdo que de ella se conserva, que esta información o esta expresión se desprende de modo 'natural' de lo que se ve, y está ya contenida en la sola imagen". (Chion, 1993: 16)

Si pensamos en ello por un instante, las consecuencias creativas que se derivan de la existencia de este fenómeno del valor añadido son muy amplias. Bordwell y Thompson (2006: 265) lo resumen en lo que serían, a juicio de estos autores, las cinco aportaciones fundamentales del sonido sobre la imagen o "poderes del sonido":
  1. El sonido activa otro modo sensorial: la atención aural.
  2. El sonido tiene la capacidad de determinar cómo percibimos e interpretamos la imagen.
  3. El sonido puede dirigir nuestra atención dentro de la imagen, decirnos qué hemos de mirar. Sirve para clarificar imágenes, contradecirlas, o hacerlas ambiguas.
  4. La presencia del sonido otorga un nuevo valor al uso del silencio como efecto dramático.
  5. Finalmente, el sonido ofrece tantas posibilidades creativas como la edición de la imagen. Tanto con el sonido como con el montaje es posible, por ejemplo, unir planos de dos espacios diferentes, y establecer entre ellos una relación significativa.

El valor añadido se construye a partir del encuentro sincrónico entre banda de sonido y de imagen, siguiendo un principio que es otra de las aportaciones conceptuales importantes de Chion: el de "síncresis". Su definición es sencilla: la síncresis consiste en la unión puntual en el tiempo entre un fenómeno sonoro y uno visual, una unión que se hará bien en armonía, bien en contrapunto.

Como en el caso anterior, y siguiendo a Chion, de la síncresis se desprenden también consecuencias de diversa índole. Por una parte, el sonido influye en nuestras percepciones del movimiento y la velocidad en la imagen. El sonido, por naturaleza, supone un desplazamiento, un trayecto. Dicho de otro modo, el sonido temporaliza a la imagen, y la dota de sucesión y linealidad.  Pero, al mismo tiempo, como advierte Chion (1993: 17), la imagen parece apropiarse automáticamente de los valores aportados por el sonido, hasta dar la impresión de que emanan naturalmente de ella, y que la banda sonora simplemente sirve para redundar en lo ya expresado por medio del aparato visual. No caer en esta trampa requiere de una mente atenta en el análisis, preparada para discernir el papel que juega realmente el sonido en los momentos en que actúa la síncresis.

Pero, ¿es posible establecer un criterio para determinar qué proporción del significado narrativo de un determinado filme aporta la imagen, y cuál el sonido? Evidentemente, este es un criterio que depende casi exclusivamente del gusto estético del cineasta o, en todo caso, puede estar anclado a convenciones de género.


El punto de vista de Robert Bresson y David Lynch

Robert Bresson insistía en varias de sus notas de trabajo en que imagen y sonido no podían estar nunca a la misma altura, sino que era mejor para la dramaturgia del filme que una u otro dominaran alternativamente, en una especie de relevo. Tampoco debían duplicar la misma información, ni servir para ayudarse entre sí, pues "en paridad, se dañan o se matan, como se dice de los colores" (Bresson, 1979: 57). En su encuentro, imágenes y sonido habían de servir para unificar la composición, y dar vida cinematográfica a personas y objetos.

Otros directores se atrevieron incluso a dar una estimación del porcentaje de participación para ambos medios. Sergio Leone decía que el sonido era, como poco, el cuarenta por ciento de sus películas. Para David Lynch este porcentaje, y la importancia general de la banda de sonido en su cine, es mucho mayor:
"El sonido es el cincuenta por ciento de la película, como poco. En algunas escenas es casi el cien por cien. Es lo que permite incorporar buena parte de la emoción a un filme. Es capaz de transmitir el estado de ánimo y crear un mundo más amplio. Establece el tono y hace que las cosas se muevan. El sonido ejerce de “arrastre” hacia un mundo diferente. Y ha de funcionar con la imagen, pues sin él habrás perdido la mitad del filme". (Lynch, 2007: 52)



En la cita, Lynch aporta algunas reflexiones sobre las funciones del sonido en el contexto del filme que conviene resaltar. Por un lado, habla de su capacidad de transmitir emociones, estados de ánimo, crear mundos, establecer el tono, y generar movimiento, todos ellos conceptos muy interesantes que bien podríamos incorporar a la definición de Chion de "valor añadido" con la que iniciábamos esta entrada, para enriquecerla y matizarla.  Pero, sobre todo, Lynch incide en un punto esencial: todo lo anterior tiene sentido siempre que el sonido trabaje a la par con la imagen, en una relación colaborativa y no jerárquica.



REFERENCIAS

Bordwell, David, y Kristin Thompson (2006). "Sound in the Cinema". En Film Art: An Introduction, 8th Edition, 264-303. London: McGraw-Hill.

Bresson, Robert (1979). Notas sobre el cinematógrafo. México D.F.: Ediciones Era.

Chion, Michel (1993). La audiovisión. Introducción a un análisis conjunto de la imagen y el sonido. Barcelona: Paidós.

Lynch, David (2007). “Action and Reaction”. En Soundscape. The School of Sound  Lectures 1998-2001, eds. Larry Sider, Diane Freeman y Jerry Sider, 49-53. London: Wallflower Press.

Murch, Walter (2000). “Stretching Sound to Help the Mind See”. En FilmSound.org. <http://filmsound.org/murch/stretching.htm> [Consulta:14 junio 2010].

3 comentarios:

  1. A este respecto quiero aportar el testimonio de la primera vez en que el sonido de una película me hizo experimentar la sensación de estar fusionado e integrado en cada plano de la historia que estaba viendo.
    Una noche del siglo pasado, años 80, se me ocurrió, para no molestar por la noche al personal, conectar unos auriculares a la televisión para ver por vez primera la hoy mítica cinta Blade Runner. Aquello fue asombroso. De pronto me sentí proyectado, como Mary Poppins, los niños y el deshollinador, al interior de la escena que estaba viendo. Ya no se trataba sólo de participar de la emoción de la película desde el plano empático del mero espectador. Yo, como buen sujeto paciente, suelo abrir mis sentidos y anular cualquier interferencia exterior para permitir que el contenido emocional visual (sobre todo, hasta entonces) me anegue por completo. Pero aquello me llevó más allá. Como absorbido por una “stargate” sonora, me vi traspuesto del otro lado de la pantalla. Aquello sí era tridimensionalidad. Lo que escuchaba permitía a mi mente elaborar escenarios estereoscópicos imaginarios que completaban y dinamizaban lo que estaba viendo. Ahora, si alguien forzaba su voz para hablar en un plano, podía comprender por qué. La sensación de sordidez, barroquismo, tensión y atropellamiento de las escenas de acción se intensificaba por mil. Una gozada para mis sentidos, que, desde entonces, se han malacostumbrado, y ya no son sentidos sino consentidos.
    Por cierto: los cines deberían tener un servicio de auriculares inalámbricos. La sensación aural sería mejor, equilibrada, acorde al criterio exacto que el ingeniero de sonido ha querido establecer. Si te sientas algo descentrado, el volumen del balance de los efectos 6.1(¿?) suele ser contraproducente y no enriquecen en nada lo que ves. A mí me llegan a molestar muchas veces.
    También, usar auriculares en las salas serviría para ahorrarte la molestia de tener que ir cambiando de asiento hasta dar con uno en el que no te rodee una camarilla de ruidosos devoradores furibundos de las odiadas palomitas. ¡¡Aurgggfffggggg……!! Cómo los odio.

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    1. el auricular por sí solo produce una mejoría artificial en la respuesta de conducción ósea, conocida como EFECTO DE OCLUSIÓN. Según Sanders, en 1978:24 “Las mejores respuestas son el resultado de una presión sonora generada en el canal auditivo externo cerrado y transmitida a través del mecanismo conductivo. Esto está asociado con una energía adicional creada en la cóclea que se convierte,
      entonces, en un cambio verdadero de la sensibilidad." ... si los cines tuvieran auriculares perderíamos capacidad (neurológicamente hablando) de distinguir procedencias sonoras

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  2. La verdad es que no puedo estar más de acuerdo respecto a lo de los auriculares, Andrés. El tener control real sobre el entorno de escucha creo que es uno de los principales problemas con los que se enfrenta el sonido audiovisual desde siempre.

    Creo que era Rick Altman el que comentaba que, en los primeros tiempos del cine mudo, la música servía, entre otras cosas, para tapar el ruido del proyector y la gente comiendo. Si lo pensamos, trasladado a la imagen, sería como si tuviéramos que soportar que en la pantalla de cine se reflejara continuamente la cara de los de la primera fila...

    La solución de los auriculares puede parecer aparatosa, pero en realidad resolvería algún problema más de los que crearía:
    - mejor distribución espacial de los sonidos, al no depender la escucha del asiento en que nos situemos;
    - mayor volumen de escucha, o al menos la posibilidad de controlarlo, frente a los pírricos niveles de los multicines de hoy en día;
    - por supuesto, mejor aislamiento del entorno que nos rodea;
    - posibilidad de utilizar la holofonía u otra tecnología psicoacústica para simular espacios tridimensionales con mayor precisión;

    Porque, al fin y al cabo, ¿no paga la gente ahora por ver películas con gafas de sol? (o pagaba, a juzgar por la caída de beneficios de las salas 3D) ¿no va mucha gente con el iPod y los auriculares puestos todo el día? Pues esto es parecido.

    Claro, el siguiente paso ya nos llevaría a los sensores olfativos o, directamente, a colocarnos un traje biomecánico completo para entrar al cine. Todo se andará.

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